La manera arrogante como el gobierno pretende desdeñar el importante y vigoroso movimiento social que se opone a la exportación del gas, satanizando o tratando de reducir a afanes interesados lo que es la expresión de un estado de ánimo generalizado, dice muy poco de las dotes de estadista que los comentaristas palaciegos suelen atribuir al jefe de Estado.
Pretender que la protesta de La Convención y las demostraciones que los pueblos del sur preparan contra la venta del futuro energético del país se reducen a meros afanes electorales o al capricho de unos cuantos dirigentes, constituye una actitud peligrosamente similar a la que, durante largos meses, el Ejecutivo mantuvo para rendir por cansancio el año pasado a los indígenas amazónicos, hasta que el problema les estalló en la cara, en un estallido de muerte y violencia que la historia sabrá juzgar con la sabiduría que ya lo ha juzgado el pueblo.
Sólo a desenlaces de ese tipo puede conducir la altanería de los gobernantes que, sin más argumentos, dicen que parar la exportación iría contra la fundamentalista política económica, como si esta fuera una verdad indiscutible, cuando las encuestas demuestran que la gran mayoría de la población quiere que esa política, desgastada a lo largo de casi dos décadas de promesas de chorreo y prosperidad que nunca llegan para los que más lo necesitan, sea total o parcialmente cambiada.
La arrogancia del poder hace que un personaje secundario elevado a niveles importantes de poder por la ausencia de talentos en el partido gobernante, diga con altanería que quienes quieren cambiar esa política económica deberán ganar las elecciones del 2011 para reemplazarla por otro modelo.
Es esa la reacción típica del político tradicional, ajeno a la modernidad, que se ha quedado rezagado en la democracia representativa en su versión más añeja y anquilosada, aquella en la que el ciudadano se limita a votar cada cinco años, dando patente de corso a quien consiguió cautivar su voto, para que haga lo contrario a lo que prometió, como hemos visto en estos cuatro años del segundo régimen aprista.
Sólo los estadistas de verdad toman el pulso al sentir y la convicción ciudadana para obedecer la voluntad de quienes son sus mandantes, los ciudadanos, procurando darle contenido participativo a la democracia.
Si quienes nos gobiernan tuvieran esa lucidez se darían cuenta que su arrogante empecinamiento exportador del gas, para muchos de motivaciones nada santas, nos puede estar llevando, junto con su vocación y amenazas represivas, a un despeñadero social de imprevisibles consecuencias que los peruanos bien nacidos desean evitar.
fUENTE: La Primera
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