POLÍTICA Y COACHING | “LA GESTIÓN NEOLIBERAL DE LA POBREZA”
En los últimos dos artículos de nuestro Blog: ‘Coaching’. Individuo y contexto | “Si tu casa está ardiendo, aprovecha el fuego para calentarte” y OBS Business School| “Habilidades directivas: qué son, cuáles son y cómo desarrollarlas”, hemos estado reflexionando acerca del ‘coaching’ y nos sigue llamando la atención la cantidad de opiniones tan intensamente enfrentadas que genera. Desde luego, es una disciplina que no suele provocar indiferencia entre la gente que entra en contacto con ella.
Después del artículo ‘Coaching’, Individuo… me propuse publicar un ‘post’ en el que diera más detalle acerca del contexto sociopolítico actual, con el objetivo de ayudar a entender las críticas que se le hacen a esta disciplina. El ‘feedback’ que recibí entonces me llevó a escribir otro artículo diferente: Habilidades directivas… Pero los comentarios de mi compañera Amparo y de otras personas que han leído estos dos últimos textos, me han llevado a retomar la escritura de esta entrada. Esperamos que os resulte constructiva e interesante:
Hace unos días mantuve una conversación con una amiga acerca de la relación entre el ‘coaching’ y el contexto sociopolítico. A ella le parecía impecable que todas las empresas organizaran conferencias a sus empleados/as acerca de cómo automotivarse y hacerse responsables de su propio bienestar. Yo, valorando la parte positiva de esas formaciones, generalmente impartidas por psicólogos/as profesionales, que estamos convencidos de que tienen las mejores intenciones y están bien formados/as, también le expresé mis reservas desde una perspectiva más integrada en el contexto social y político.
Ella consideraba que argumentar en contra de este movimiento me convertía, prácticamente, en un agente favorecedor del hundimiento anímico de las personas, adversario de aquellos profesionales que te ayudan a elevarte hasta alcanzar la felicidad absoluta por ti mismo, independientemente del contexto en que te encuentres y cuáles sean tus posibilidades de transformarlo. No fue la primera vez que tuve que justificar mis críticas y reservas ante esta tendencia, cada vez más omnipresente. No obstante, también he defendido con frecuencia el enfoque de la psicología positiva ante gente que se posiciona en el otro extremo: todo lo relacionado con el ‘coaching’ les parece espantoso.
A esta amiga, a la que aprecio mucho y con la que me gusta debatir, le parecía inadecuado que yo integrara mi ideología en mi práctica profesional y en mi valoración acerca del estado de la profesión. No sé hasta que punto ella se había cuestionado la ideología subyacente a sus palabras y me gustaría que este artículo favorezca alguna reflexión. Ella no es psicóloga, podríamos pensar que esto la podría hacer más vulnerable a los “cantos de sirena” de esta nueva moda, pero lo más preocupante es ver que muchas psicólogas y psicólogos profesionales asimilan los postulados de esta tendencia sin espíritu crítico y sin cuestionar sus implicaciones más profundas a todos los niveles, incluido el sociopolítico e ideológico.
Me resulta curioso notar como ha cambiado el estado de la cuestión en relativamente pocos años: para mucha gente, la metodología emancipadora de ayer se ha transformado en la “prisión” estigmatizadora de hoy. Recuerdo cuando aún estaba estudiando la carrera y cuestionaba que la Psicología se centrara casi exclusivamente en tratar de describir y explicar todo lo que puede funcionar mal en los seres humanos. Hemos escrito al respecto en anteriores artículos: Psicología positiva (I) y Psicología positiva (II).
Durante esos años, leí con interés diferentes textos acerca de antipsiquiatría (“…básicamente, cuestiona que la psiquiatría aplique herramientas y conceptos médicos de manera impropia, «medicalizando» problemas que son de índole social; que trate a los pacientes contra su voluntad, de manera demasiado directiva y dominante, tanto en comparación con otras áreas de la medicina, como con los enfoques psicoterapéuticos; que esté comprometida por nexos económicos con las compañías farmacéuticas; y que utilice catálogos o sistemas de categorías diagnósticas que estigmatizan a las personas. Estas «etiquetas» diagnósticas son rechazadas no solo por muchos pacientes, que las ven lesivas para la autoestima e identidad, sino también por profesionales del área de la salud mental, aunque no todos ellos adhieran necesariamente a la antipsiquiatría”), estudié diferentes enfoques asociados a la psicología positiva y al ‘coaching’, me sentí muy atraído por el paradigma sistémico que enfatiza el contexto para dar sentido a la experiencia humana.
Desde estas perspectivas, el foco de la patología ya no era tanto el ser humano individual y sus deficiencias, sino las disfunciones en las relaciones consigo mismo (contexto interno) y con su entorno (contexto externo). Por eso, al poner el foco en la relación entre ambos contextos, es casi inevitable tener en cuenta consideraciones políticas e ideológicas. Esto no lo hacemos por capricho, es una cuestión de coherencia y experiencia, ya que aporta eficacia, profundidad y calidad en nuestras intervenciones, como llevamos comprobando a lo largo de todo nuestro proceso de desarrollo profesional.
Hace años, confiaba mucho en la capacidad de emancipación que podía traer la psicología positiva, el ‘coaching’ y, en general, los enfoques humanistas que intentaban liberar a los pacientes de sus “cadenas diagnósticas”. Enfoques que, sobre el papel, trataban de ayudarles a desestigmatizarse, aceptarse, valorarse y desarrollar su potencial de forma sostenible. Por supuesto, el enfoque sistémico que incluye los condicionantes contextuales, sociales y económicos me parecía imprescindible para no caer en una filosofía vacía y barata propia de ‘Mr. Wonderful’ que, además, daría alas a los valores que se promueven desde los sectores más neoliberales o ultracapitalistas: individualismo, egoísmo, ambición, avaricia, desigualdad, competición salvaje, culpabilización del desfavorecido, insolidaridad, ausencia de empatía, sumisión con el poderoso y autoritarismo con el oprimido…Por tanto, un psicólogo que no incluya los factores políticos e ideológicos en su bagaje personal y profesional, puede convertirse sin darse cuenta, probablemente sin quererlo, en un agente de no-cambio y no-emancipación. Un promotor de valores que no comparte no puede ser un profesional íntegro, no puede funcionar como un agente generador de dinámicas sostenibles, coherentes y disfrutables tanto en sí mismo como en sus clientes.
Pulsa en la siguiente imagen para leer un artículo escrito por un asistente a un curso de ‘coaching’. No dudamos de las buenas intenciones de la psicóloga que lo impartía, pero el alumno no quedó nada satisfecho y, probablemente, ella tampoco tuvo una experiencia demasiado agradable:
A día de hoy, sin haber perdido la confianza en la capacidad emancipadora de la Psicología, insisto: me parece irresponsable no alertar de los posibles efectos contraproducentes que podemos favorecer en nuestros clientes al no incluir la ideología, el contexto y los valores en nuestra práctica profesional. En este sentido, soy crítico con situaciones como la que describe este párrafo de un reciente artículo de El Confidencial, acerca de una charla impartida por un conferenciante a una audiencia de camareras de piso, también conocidas como “Kellys”:
“El público lo forman alrededor de 1.000 limpiadoras de habitaciones de hotel, las célebres ‘kellys‘, que se agolpan en el Palacio de Congresos de Maspalomas. El hombre al que escuchan con atención es Luis Galindo, experto en optimismo. Quien financia el evento: una empresa hotelera. Lo de menos, el sueldo o las horas de trabajo. Lo importante: dar gracias por lo bueno, por vivir en el primer mundo, por tener salud. En definitiva, “fijarse en lo positivo y lo que puedes controlar por ti mismo, las demás cosas no dependen de tu voluntad, así que mejor no obsesionarse con ellas”.
El artículo de El Confidencial, a diferencia de este otro artículo de eldiario.es, no pone el foco en las injustas condiciones de trabajo de este colectivo, que ha aprendido a autoorganizarse y conseguir visibilizar su problemática con estrategias de conflicto social, buscando las soluciones en cambiar un contexto desfavorable y opresor, en lugar de culpabilizarse por sus propias características personales, por no haber aprendido a ser feliz en cualquier circunstancia: Las kellys, de la invisibilidad a la Moncloa en dos años.
Los esclavos como el ínclito Espartaco quizá no se hubieran rebelado nunca contra sus amos si hubieran tenido la “suerte” de contar con un selecto grupo de expertos conferenciantes que les ayudaran a ser felices como esclavos, sin más derechos que trabajar hasta reventar. ¿Cómo sería hoy el mundo si les hubieran enseñado a buscar las soluciones hacia dentro, individualmente, cada uno por su cuenta, en lugar de buscar soluciones hacia fuera, colectivamente, unidos frente a la injusticia, abrazando los valores de la dignidad, la libertad y la emancipación? Seguramente el mundo sería un lugar peor, a no ser que te dedicaras a la trata y la explotación.
En resumen, una psicología positiva o un modelo de coaching que no incluya un enfoque sistémico, que integre factores contextuales, económicos, políticos e ideológicos, aunque intente ser emancipador, tiene muchas papeletas para tener un efecto totalmente contrario, ya que responsabiliza total y exclusivamente al individuo de su sufrimiento, o de no alcanzar la felicidad prometida y deseada. Y, lo peor, es que lo hace con palabras tan seductoras que es fácil criminalizar o desacreditar al que se muestre mínimamente en contra, al que se atreva a nadar a contracorriente del modelo neoliberal del mundo que impregna cada vez más ámbitos de nuestras vidas.
El artículo de El confidencial no cuestiona para nada este modelo sociopolítico. No se centra en la precaria situación de las ‘kellys’, valorando aspectos éticos o emancipadores, denunciando la injusticia que se comete con ellas. Por el contrario, aparecen como simples “figurantes” de una historia de competitividad y rigor profesional, porque aquí los protagonistas, las auténticas estrellas, son los y las conferenciantes. En esta narrativa, tu éxito personal depende de tu actitud ante la vida, independientemente de tu particular contexto. Y, como sugiere el siguiente párrafo, el juez imparcial de tu éxito profesional es el sacrosanto e infalible “mercado”:
“Si uno observa los ponentes de los eventos principales y los cuadros de honor de las asociaciones dedicadas a estos asuntos, los nombres se repiten. Realmente, en ese ‘cuadro de honor’ de personas a las que se les paga más de 2.000 euros por dirigirse a los directivos o empleados de una empresa no hay muchos más de 20 individuos. Como bromea Chica: “En los grandes eventos, estamos aburridos de vernos las caras siempre los mismos“. Un club pequeño al que quieren acceder muchos otros: ‘El mercado dirá si llegan o no’.”
En Eureka Benimaclet no somos enemigos de la competitividad, pero no compartimos que ese sea el único motor del cambio hacia una sociedad deseable. Tampoco pensamos que sea el mejor. El genetista y escritor francés Albert Jacquard lo explica muy bien en este video:
Por último, compartimos un acertado artículo del trabajador social Paco Roda. En él se exponen con crudeza las condiciones del contexto sociopolítico actual y se advierte de las consecuencias negativas (no intencionadas) que pueden ser originadas por acciones aparentemente “impecables” como el ‘coaching’ o, incluso, las redes de solidaridad popular:
Pobres: del bienestar a la caridad | “La gestión neoliberal de la pobreza”
“1. Los datos de la vergüenza
La “marca” España tiene su contraportada. Una lista llena de números rojos. Son los números más vergonzantes que un Estado que alardea de social pueda presentar. Quizás por eso se obvian, se maquillan, se ignoran o incluso se banalizan. Pero están ahí. Son los números de la pobreza, la exclusión, el paro, la tasa de protección por desempleo, la pobreza infantil o la calidad de sus Servicios Sociales. Estos números bailan al compás de una crisis que se iniciara en 2008 y cuyo final algunos certifican, mientras otros, los muchos, continúan padeciendo. Y son esos números los que desafían los discursos hegemónicos de la clase política gobernante y el establishment mediático. Y es que en España malviven 10,2 millones de personas con una renta por debajo del umbral de la pobreza. Eso representa una tasa de pobreza del 22,3%. Solo Rumania y Bulgaria son más pobres. España padece una epidemia de paro que llega al 18,9%. Casi tres millones de personas viven con 11,4 euros al día. Como en Angola y Bielorrusia. Más del 60% de la población española tiene dificultades para llegar a fin de mes y solo el 54% de quienes se apuntan al paro perciben algún tipo de ingreso por desempleo. La renta del empleo empeora, es decir se trabaja más desde el 2012, de hecho, los beneficios empresariales se han disparado desde entonces hasta el 200,7%, pero el coste salarial apenas ha aumentado un 0,6%. Y las mujeres se llevan la peor parte, ya que suponen el 58% de las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Siete de cada diez personas que reciben los salarios más bajos son mujeres. Ellas cobran hasta un 14% menos que los hombres. Y también la juventud que logra acceder a un empleo comprueba cómo su sueldo anual es un 33% inferior respecto al de 2008.
Estos datos, por si solos, no dicen nada. Se han banalizado. Pero son arte y parte de una estrategia, de una gobernanza y de una política austericida iniciada en 2008 que se activó como consecuencia de una crisis mundial autogenerada con la intención de inaugurar una nueva manera de gobernar y gestionar el mundo.
2. El discurso neoliberal de la pobreza
Ser pobre hoy tiene un alto precio personal que se paga muy caro en el mercado del estigma asignado. Ser precario o precaria, trabajadora pobre o excluido del circuito del consumo y la normalización social no es solo una situación vivida y padecida, es también una realidad interpretada y etiquetada por el poder, que se encarga de diseñar dispositivos ideológicos y argumentales para hacer digerible y amable el discurso en torno a la pobreza y la exclusión.
Y es que no solo la crisis ha cambiado o reformulado el discurso sobre la pobreza, el desempleo, la precariedad o la exclusión social. No solo han cambiado sus ecos y sus resonancias sociales. También el discurso político y económico, que justifica la crisis y la reproduce, ha creado un nuevo sujeto social perfectamente adaptado a esta nueva situación. Un sujeto que, además de padecer una grave crisis de individualidad, ahora se autoinculpa de su situación personal y social. Ahora este sujeto tiene una noción de sí mismo y de su experiencia vital moralmente reprochable. Obsérvese al desempleado o el usuario de los servicios sociales que acude a éstos para solicitar un subsidio o prestación económica. No sólo evidencia una situación de precariedad o exclusión social, consecuencia de una estructura social desigual que raramente es observada o identificada por los profesionales que le atienden; incorpora además un juicio moral sobre sí mismo y así es evaluado. La crisis económica ha agudizado la individualización de las conductas hasta el paroxismo, pero no como un profiláctico ante la misma al estilo sálvese quien pueda, que también, sino como herramienta del poder. Y esto tiene que ver con el concepto denominado “gobierno de las voluntades” que vendría a ser algo así como las prácticas y los discursos centrados en el control de las conductas y los pensamientos de la gente con el objeto de conseguir que la propia ocupación y la propia manera de estar en el mundo y enfrentar la realidad, por dura que sea, refuerce el control del Estado, exculpe a éste de toda responsabilidad y justifique la inviabilidad natural de alterar el orden de las cosas. Como bien recuerda Mark Fisher, la narrativa terapéutica de la autorresponsabilidad heroica es el último recurso personal en un mundo en el que las instituciones ya no garantizan seguridad alguna.
3. Políticas sociales y neoliberalismo: de la protección al castigo
Dos grandes teóricos europeos nos ayudan a interpretar estas derivas, a encontrarle sentido a esta nueva gobernanza y autogobernanza ante la adversidad. Por un lado, Loïc Wacquant con su obra Castigar a los pobres incide en un nuevo gobierno de inseguridad social encaminado a modificar los desajustes sociales provocados por la desregularización de la crisis económica y la reconversión del bienestar. Por otro lado, Maurizio Lazzarato en La fábrica del hombre endeudado, reclama que “la deuda sirve para disciplinar a las personas, pues no se trata sólo de un problema contable, sino que tiene una dimensión más profunda, en la que convergen elementos morales, políticos y estratégicos”.
Y es que el neoliberalismo no es solo una ideología aséptica o un sistema segregatorio de acumulación del capital; es una herramienta de dominación y de autodominación personal y social. Porque el actual capitalismo es una picadora de carne que no sería nada sin nuestra activa colaboración. Y para ello se han articulado estrategias que transversalizan todos los sistemas sociales, económicos, culturales o políticos. Nos detendremos en los sistemas de protección social. Y es que desde hace tiempo las políticas públicas patologizan e individualizan aquellas biografías, itinerarios o sucesos que escapan a los procesos de normativización y normalización social. El sistema de salud y el de los servicios sociales victimizan los procesos personales haciendo creer al sujeto que él es el culpable de su situación. Reconversiones, paro de larga intensidad, precariedad laboral, exclusión social, pobreza endémica, divorcios, estrés, ansiedad, se envuelven en nuevas categorías gnoseológicas que explican los nuevos problemas sociales, problemas por otra parte absolutamente despolitizados en su origen, análisis y significado. Por ejemplo, los Servicios Sociales han inventado herramientas de normativización social como la Búsqueda Activa de Empleo, los acuerdos de incorporación, el itinerario de inserción y otras lindezas técnico-burocráticas, descontextualizadas de la realidad social en las que los sujetos victimizados y desautorizados se ven obligados a desprenderse de su protagonismo histórico. Ya no interesan las causas que han generado esas biografías de la pobreza, el abandono o la desesperación, como si los sujetos hubiesen elegido su propia miseria. Nada se opina sobre las condiciones y relaciones laborales, sociales, familiares, patriarcales, sexistas o de dominación. Nada sobre la inseguridad, las infraviviendas, los salarios parciales, los talleres ilegales y las múltiples formas de explotación invisible. Nada. Como si sólo nos interesara asistencializar a quienes van a la deriva, a quienes no asimilan su naufragio voluntario.
4. Gestión de la pobreza: la redención del pobre
Mientras la clase corrupta sale inmune de sus tropelías, los pobres se ven obligados a sentarse a diario ante el tribunal del Santo Estigma. Y no es una exageración. Una especie de culpabilización colectiva les obliga a rendir cuentas por su propia pobreza. A ser investigados por cobrar –los que cobran–, por percibir las ayudas que reciben: paro, subsidios de todo tipo y rentas garantizadas o rentas de inserción. A decir donde están, donde viven, con quién, donde están empadronados, si viajan o no, si salen del país o no, si se casan, se juntan o si les toca la lotería. En definitiva, un control de la propia subjetividad que ya anunciara Foucault el siglo pasado. La pobreza también tiene su propia gestión neoliberal. Una gestión que recorre de forma transversal casi todos los dispositivos de los sistemas de protección social, especialmente los de Empleo y Servicios Sociales.
Porque es aquí, en la cola del paro, en la ventanilla del desempleo o en las oficinas de los Servicios Sociales y en sus dispositivos de acompañamiento, acogida, orientación y prestación de ayudas económicas donde se han implementado dinámicas neoliberales de atención y control de la ciudadanía. Control que se realiza a través de herramientas formativas, de acompañamiento o enmarcadas en las denominadas políticas de activación y la autogobernanza amparada por el falso mito de la autonomía personal o la ilusoria empleabilidad. Muchos trabajadores pobres, precarios y precarias, subsidiados y desempleadas recorren las oficinas del SEPE y cuando no reciben ayuda aquí –hay que recordar que 1.200.000 parados no perciben ninguna prestación– acaban en los Servicios Sociales demandando Renta Garantizada. Uno de los principales dispositivos de lucha contra la exclusión social son los programas de Rentas Mínimas de Inserción cuyos destinatarios son personas con ingresos por debajo del umbral de la pobreza, trabajadores y trabajadoras pobres. Estos programas contienen dos elementos: un ingreso económico mensual que varía en función de cada Comunidad Autónoma y un Itinerario Personalizado de Incorporación Social, título rumboso donde los haya para denominar un contrato entre la administración pública y la persona beneficiaria donde se pactan una serie de acciones para favorecer la supuesta inserción social a cambio de la prestación recibida. Y en estas prácticas es donde las tecnologías del yo hacen su aparición en forma de herramientas de control y dinamización neoliberal basadas en la pedagogía del déficit. Ese sujeto intervenido es considerado huérfano de habilidades, actitudes, aptitudes o capacidades socio personales para enfrentarse a la adversidad de su existencia. Y así nos inventamos, al amparo de directrices europeas, una serie de dinámicas que intercambiamos desde los servicios de empleo y servicios sociales con la ciudadanía más precaria. Pero nada de hablar de la estructura económica que ha generado esa desigualdad y esa exclusión del empleo. De lo que se trata es de activar herramientas que responsabilicen al sujeto, que asuma su propio desclasamiento interior y lo reactive a través de tecnologías redentoras.
La formación se configura, así, como un mito, un estadio al que llegar. Sin formación no hay paraíso, aunque el paraíso ya no exista. Y es que en los distintos programas de activación para el empleo destinados a la población desempleada y a la población que está protocolizada y monitorizada por los Servicios Sociales, la formación actúa como motor de cambio. Y esto es lo que se vende a los pobres y desempleados como productos de salvación: cursos de formación pre laboral, de formación profesional, cursos para elaborar un currículum o cómo abordar una entrevista de trabajo, aunque sea precario, o la búsqueda activa de empleo, como si los sujetos estuvieran infantilizados para tal fin, o de habilidades sociales, personales y actitudinales. O incluso para mejorar la autoestima, cuando la autoestima no se mejora si no es con un empleo digno y una resocialización igualitaria, o de habilidades sociales, como si una no las hubiera demostrado antes para soportar esa pobreza o precariedad que padece. Y el colmo es la oferta de los cursos de inteligencia emocional entendidos como recurso reparador y redentor de nuestra situación, como si los culpables del desempleo fueran fuerzas internas que haya que gestionar emocionalmente pero no políticamente.
5. Sobredosis de solidaridad social que no repara el déficit de igualdad
Frente al descalabro de los sistemas públicos de protección social, frente a la saña de los recortes en los principales seguros vitales que nos han proporcionado más o menos seguridad ante la adversidad, frente al acoso y derribo de lo público como estructura de protección; no pocos colectivos civiles y religiosos, oenegés, entidades privadas de solidaridad con y sin ánimo de lucro y grupos ciudadanos de variada tipología, han izado la bandera de la desigualdad y la pobreza como formas de solidaridad redencionista. Numerosas iniciativas sociales y de apoyo mutuo tratan de salvar a la gente de los desahucios, de la pobreza, del frío, del hambre, de los cortes de agua y luz, de la precariedad y la carencia de las necesidades más básicas. Prácticas todas ellas loables, de reconocida solvencia solidaria, de gran reconocimiento social, pero que sigilosamente se formalizan como desplazamientos de las formas de distribución garantistas procedentes de los sistemas públicos. Como si los sistemas públicos, invisibilizados y descapitalizados, por no decir despolitizados, fueran incapaces de abordar este socavón social creado por la crisis. Y esto tiene efectos secundarios de obligada lectura. Los medios de comunicación al servicio de la ideología neoliberal dominante están fabricando un discurso tras el cual ese tercer sector de carácter benéfico es presentado como el único actor posible para responder a las situaciones de emergencia, pobreza y precariedad generalizada. Y eso provoca, no ya una desconfianza en los sistemas públicos, ultrajados como ineficaces por la ideología neoliberal, sino algo mucho peor: su retirada simbólica del imaginario colectivo como correctores de las desigualdades. De ahí a aceptar la caridad bien entendida y la beneficencia intensiva como únicas posibilidades para salir de la ciénaga vital, va solamente un paso: la aceptación merecida de la pérdida de ciudadanía reconvertida ahora en un sucedáneo de ciudadanía premiada con prestaciones graciables.
Pero la cuestión de fondo es cómo esa ingente sobredosis e inflación de solidaridad horizontal entre iguales se está convirtiendo, por acción u omisión de los sistemas públicos de protección ultrajados y descapitalizados, en la estrategia dirigida e invisibilizada de la nueva gestión neoliberal de la pobreza. Porque esta instauración de la caridad privada, la que nos sale del alma, con vocación social y aceptada como un valor innato de la gente a pie de obra y voluntarios de todo tipo y condición, está contribuyendo al apuntalamiento discursivo del final del estado social y democrático de derecho. Porque esa caridad bien entendida rompe, a sabiendas o no, con el principio de igualdad vital en democracia social.
Cuesta decirlo, pero en esto también, como dice Marta Sanz, los que creen que no forman parte del discurso dominante cada día lo apuntalan más.”
En el caso de que hayas llegado hasta aquí, te doy las gracias por hacer el esfuerzo de leer, reflexionar y cuestionar algunas de tus ideas. Entiendo que este no es un artículo especialmente ameno, pero si sirve para generar entendimiento entre posiciones enfrentadas y para trabajar los contextos (como psicólogos y ‘coaches’) de formas constructivas, habrá merecido la pena escribirlo. Espero que, para ti, también haya merecido la pena leerlo.
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